Casi 2000 personas con discapacidad estudian en la Universidad de Buenos.
A través del Programa de Discapacidad y Universidad se busca promover su participación plena en igualdad de derechos visibilizando, identificando y eliminando barreras, tanto en la actividad académica, como en el trabajo en el ámbito de la universidad.
“Lo que nosotros tenemos que hacer como institución es brindar accesibilidad, hospitalidad, solidaridad, compromiso, acompañamiento, camaradería para que la persona con discapacidad pueda poner en juego todas sus posibilidades para desempeñarse plenamente en la Universidad” afirma la Lic. Verónica Rusler, coordinadora junto a la Dra. Zulema Beltrami y la DI Andrea Wengrowicz, del Programa Discapacidad y Universidad, que depende de la Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil de la Universidad de Buenos Aires.
“Tenemos que tratar de que una persona con discapacidad comience y transcurra con las mismas posibilidades que el resto. La Universidad, aún hoy sigue siendo en muchos aspectos, un espacio de privilegio, y a veces, transitarla, para una persona con discapacidad puede llegar a ser una gesta heroica. Y con eso hay un problema, -advierte Rusler- tenemos que hacerlo natural, no queremos héroes porque ellos deberían poder llegar en igualdad de condiciones si aplicamos las políticas adecuadas. Lo heroico se contrapone con las políticas públicas”.
Los primeros pasos hacia la institucionalización
El 10 de julio de 2002 el Consejo Superior de la UBA creó por Resolución Nº 154/2002 una Comisión Transitoria para la elaboración de pautas para las personas con necesidades especiales que cursaran estudios en la universidad. Hasta ese momento las acciones se desarrollaban de manera aislada y dispersa con escasa visibilidad.
El 17 de septiembre de 2003, tras el impulso que le dio el por entonces Subsecretario de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil, Carlos Eroles, el Consejo Superior sancionó la Resolución Nº 1859/2003 que creaba un Área Permanente dependiente del Rectorado orientada a trabajar en relación a la discapacidad en la universidad y promover la accesibilidad física, comunicacional, cultural y pedagógica en todos los ámbitos de la universidad, así como el establecimiento de una política de becas y tutorías.
En 2007, finalmente se creó el Programa Discapacidad y Universidad, dependiente de la Secretaría de Extensión Universitaria y Bienestar Estudiantil, a través de la Resolución del Rector Nº 339/2007.
En la actualidad, a través del Programa se trabaja interdisciplinariamente hacia el interior de la UBA mediante tres coordinadoras generales y espacios propios en cada facultad, con representantes que trabajan el tema en cada área y en cada unidad académica. También se impulsa el establecimiento de lazos con organizaciones sociales de personas con discapacidad, promoviendo el trabajo colaborativo, la visibilización de iniciativas y el apoyo mutuo.
Puntualmente, se trabaja en la promoción y concientización sobre accesibilidad y derechos en toda la comunidad académica, y fundamentalmente, en la práctica, se acompaña en situaciones concretas que requieran las facultades y otros espacios de la universidad.
Para Rusler, “la discapacidad en la UBA no son sólo los estudiantes con discapacidad, son también los docentes y los nodocentes; los que están y los que no están; cómo están y qué barreras encuentran los que no se insertan”.
Además, la coordinadora destaca que la curricularización no puede quedar afuera de la atención: “Somos una institución educativa, formadora, que debe generar cambios y transformaciones sociales. No podemos poner todo en acompañar y participar. Tenemos que pensar en una perspectiva de integralidad de las prácticas: éstas tienen que estar en la gestión, en la docencia, en la investigación y en la extensión”.
Soluciones concretas
El espacio del programa en cada facultad y área nuclea diferentes realidades. En algunas, preocupa especialmente la cuestión de la curricularización de la temática, en otras, se trabaja más sobre accesibilidad, depende de la demanda y el trabajo anterior que se haya hecho. En general, se atienden las barreras institucionales que atentan para que, por ejemplo, una persona que no ve, pueda participar plenamente.
¿De qué manera se trabaja eso? “Lo podemos pensar en relación docente o nodocente. Cualquier persona para estudiar necesita que los textos estén, por ejemplo, en formato accesible, pero también una persona para trabajar necesita accesibilidad. Los docentes también necesitan leer los mismos textos que los estudiantes, al igual que el ayudante, el profesor. La idea es que la institución se torne un espacio accesible y hospitalario.
La accesibilidad a nivel educativo, particularmente en el nivel superior, es un concepto multidimensional porque no sólo refiere a los medios físicos para poder acceder y trasladarse dentro de los edificios, señalética, cuidado del espacio, etc. Además de lo edilicio, hay que tener en cuenta el material de estudio. “También hay quien habla de una dimensión actitudinal –dice Rusler- que es, por ejemplo, cuando llega una persona en silla de ruedas a una institución educativa, ¿qué mirada le devolvemos? La ventanilla no es solamente administrativa”.
La mirada del otro
Puede que la actitud con que interactuamos con el otro, se convierta en una barrera. Lo que algunos autores llaman “barreras actitudinales”.
“Puede que el otro te reciba queriendo conocerte y saber de vos, saber cómo habitás el mundo y cómo este mundo puede ser habitable o, contrariamente, te puede recibir con una mirada inicial que pone una barrera” explica la licenciada.
Además, si éstas actitudes fueran efectivamente barreras, actúan de forma transversal a todas las barreras porque podemos tener las rampas, pero si actitudinalmente no logramos visibilizar que hay personas que las utilizan, y las tapamos, ahí hay una cuestión de descuido, de no poder ver al otro”.
Más allá de lo obvio
Para la coordinadora del Programa Discapacidad y Universidad de la UBA, las transformaciones se van dando paulatinamente. Y accesibilidad también implica pensar, por ejemplo, que no todas las personas sordas se comunican con lengua de señas ni tampoco todas las personas ciegas utilizan el braille, ni todas las personas con discapacidades saben utilizar los dispositivos tecnológicos de la digitalización, por ejemplo.
“Además, si usaran braille, uno no puede llevar un libro en braille bajo el brazo, porque el braille ocupa tres o cuatro veces más que el texto en tinta, y las hojas son de mayor gramaje”, explica Rusler.
“Todas estas cosas las tiene que conocer la bibliotecaria, la persona que está al cuidado en la entrada de la facultad, la persona de intendencia, que preserva el espacio del baño accesible y también, por supuesto, lo tiene que saber la gestión”.
Rusler afirma que la fuente más genuina de información sobre el tema es el saber de las personas con discapacidad: “Uno no puede tomar decisiones ni elegir qué es lo mejor, si no lo hago junto a las propias personas, que pueden ser tanto estudiantes, docentes, nodocentes que están en las instituciones, así como las organizaciones que ya tienen experiencia de trabajo y de todo un saber acumulado. Por eso en el Programa creemos mucho en la articulación con las organizaciones”.
“Nosotros –acota Rusler- tenemos un conocimiento como academia, pero la academia sola no puede construir, lo tiene que hacer con estas organizaciones territoriales que tienen la experiencia vivida, la experiencia reflexionada, a través de la política y de un trabajo de muchos años”.
Para Verónica Rusler, “Es fundamental modificar la idea de las personas con discapacidad como alguien carente al que hay que brindar un servicio o una asistencia. Al contrario, hay que pensarla como una persona activa y proactiva a la que quizás sí hay que acompañar para que pueda hacer efectivos sus derechos”.
En este sentido, como coordinadora del mismo, Rusler confirma la necesidad de incorporar más personas con discapacidad al Programa.
Mucho camino por recorrer
El desconocimiento que aún hoy existe con respecto a la temática de la discapacidad es clave en el trabajo de las instituciones y las organizaciones. Trabajar en forma colaborativa y tendiendo redes, parece ser la forma.
“Nos falta haber vivido más juntos porque las personas con discapacidad han sido siempre educados por circuitos paralelos, diferenciados. Nos falta convivir. Si uno creciera en la escuela con chicos con discapacidades conviviendo en el recreo, en el curso, eso se hace cotidiano, pero si, contrariamente, uno como niño, se educa toda la vida sabiendo que esos chicos, si es que los viste alguna vez, están en otro espacio, ¿por qué en la universidad tendría que fluir la idea de que tenemos que compartir el mismo espacio?” se pregunta Rusler.
Desde el Programa se pretende dar gran impulso a la visibilización de la temática y a la accesibilidad comunicacional, promoviendo y concientizando sobre los derechos en toda la comunidad académica: “Esto es una cuestión de derechos. Hay gente que entiende que esto es más una cuestión de solidaridad, pero es de derechos y hay derechos para los cuales hay que desplegar políticas públicas, en este caso, políticas educativas universitarias. Y en eso estamos trabajando.” finaliza la licenciada Rusler.
Fuente: http://www.uba.ar