Es penoso observar el constante machacamiento desde los medios hegemónicos acerca de encontrar novedosas formas de plantear el ajuste y a la vez intentar generar una creciente despolitización en la sociedad, en aras de una supuesta “eficiencia” o “excelencia”, pura, objetiva e impoluta, como un santo grial o vellocino de oro a alcanzar, fuera de toda contaminación humana, y, por ende, política y social.
Esta terrible falacia, digna de esta era de la primacía de la postverdad, encaja en esta lógica de construcción de sentido, apelando a premisas falsas, solidarizándose ante lo evidente, pero orientando el pensamiento y la acción hacia donde “hay que orientarse”, sin preguntarse dos veces acerca de los porqués. O cuando se generan esas preguntas, se continúa con la cadena de postverdades. En fin, más de lo mismo, recubierto con una pátina del imperativo eficientista.
La primera y más grave de estas afirmaciones, es la de querer dejar establecido que la educación pública universitaria no es eficiente. Basta ir a los números para que ese argumento remanido se evanesca. El mismo Rector Barbieri expresa su orgullo, que compartimos, al señalar que la UBA se coloca como la mejor universidad de Iberoamérica y ocupa el 75° lugar en el mundo, y si se la compara en relación a la inversión pública en educación universitaria pública de calidad, como por ejemplo con la Universidad Nacional de San Pablo, los recursos que se le destinan a esa universidad, que está ranqueada en el puesto 122, son casi cinco veces mayores que los que recibe la UBA (4.500 millones de dólares contra 850).
Y si lo comparamos en relación a la cantidad de alumnos que manejan, la UNESP forma a 90.000 alumnos, mientras que la UBA, con la quinta parte del presupuesto de la UNESP, forma a 360.000 estudiantes. Sin palabras. Ya que en vez de admitir que se genera una tarea homérica en relación a las partidas recibidas, las cuales, sin dudas, para ser un país en serio, deberíamos fondear de modo proporcional a los países desarrollados, es decir incrementarlas, se intenta generar una percepción contraria a nivel público, para disminuirlas. Reducirlas a niveles testimoniales, meramente figurativas.
El modelo es el mismo. Romper y concentrar en menos unidades para conseguir una mayor participación del mercado de unos pocos, para menos gente, en pos de la “eficiencia”, fábricas, universidades, lo que sea, que en buen criollo se concibe como oligopolio. De desarrollo inclusivo, paso, bien gracias, ésa te la debo…