Repudiamos lobby minero por intentar hacer desaparecer las evidencias culturales de su contaminación

En la era de la posverdad pareciera ser que lo que lo que importa no es el análisis de un hecho ni la documentación científicamente relevada del mismo, sino la capacidad corporativa de instalar un relato que responda a sus intereses con el menor gasto posible.
El problema no se orienta en ver qué alternativas existen para minimizar el impacto ambiental y social de una actividad, en este caso como la de la minería a gran escala, tratando de alcanzar los estándares de extracción compatibles a la legislación de las sociedades más organizadas, para que el beneficio social de su accionar sea mayor que los impactos negativos que genera, sino silenciar los efectos evitando que se los mencione como tales.
Es escalofriante y perverso a la vez, observar que los esfuerzos de estas corporaciones estén dirigidos, al mejor estilo de George Orwell en su obra «1984», a crear un post-relato en la formación escolar de nuestros hijos, en vez de mejorar sus técnicas y procedimientos reales y exhibirlos como logros por su responsabilidad social.
Capaz, en esta época llena de asesores de imagen y de ganancias rápidas de caja, las corporaciones se dejaron convencer que es más redituable la manipulación de la imagen, que el compromiso y la modificación de los hechos reales.